Como piensa el hombre

by James Allen

NOTA DEL TRADUCTOR

Este texto conserva un tono clásico y una cadencia aforística, fieles al espíritu de James Allen. Se mantiene el uso del masculino universal («el hombre / él») para preservar la resonancia bíblica e intemporal del original. Los fragmentos poéticos se restituyen en estrofas, privilegiando el ritmo y la claridad más que la rima sistemática. Los términos espirituales clave se traducen de manera consistente siguiendo el uso literario del español, con licencia poética al servicio del sentido.

El título se presenta aquí como Como piensa el hombre, la forma más reconocida en el ámbito hispanohablante y la más cercana a la sencillez proverbial del texto original.

Cuando James Allen publicó As a Man Thinketh en 1903, destiló en palabras intemporales una verdad que los sabios y los místicos han susurrado a través de los siglos: que el pensamiento da forma a la realidad. En estas páginas no hay una mera lección moral, sino un mapa de la conciencia misma: el recordatorio de que toda circunstancia, toda alegría y todo dolor comienzan como una semilla en el fértil suelo de la mente.

Más de un siglo después, la visión de Allen sigue extendiéndose en ondas. Su obra influyó en generaciones de maestros espirituales y sigue siendo fundacional para el movimiento moderno del desarrollo personal. Y resuena también con los hallazgos de nuestra era: allí donde la neurociencia confirma la plasticidad del pensamiento, y donde los buscadores, mediante la meditación o los psicodélicos, entrevén de primera mano la maleabilidad de la realidad, la forma en que la visión interior moldea la forma exterior.

Como piensa el hombre es más que un libro: es una iniciación. Léele despacio, no como literatura, sino como revelación. Deja que sus palabras te recuerden tu poder creador, y la ley más honda que rige la vida: como piensas, así llegas a ser.


PRÓLOGO

Este pequeño volumen (fruto de la meditación y la experiencia) no pretende ser un tratado exhaustivo sobre el tan citado tema del poder del pensamiento. Es sugerente más que explicativo; su propósito es estimular a hombres y mujeres al descubrimiento y percepción de la verdad de que—

«Ellos mismos son los hacedores de sí mismos»

en virtud de los pensamientos que eligen y fomentan; que la mente es la maestra-tejedora, tanto de la prenda interior del carácter como de la prenda exterior de la circunstancia; y que, así como hasta ahora pudieron tejer en ignorancia y dolor, ahora pueden tejer en iluminación y dicha.

JAMES ALLEN.
BROAD PARK AVENUE,
ILFRACOMBE,
INGLATERRA

PENSAMIENTO Y CARÁCTER

El aforismo «Como piensa el hombre en su corazón, así es él» no solo abarca la totalidad del ser del hombre, sino que es tan amplio que se extiende a toda condición y circunstancia de su vida. El hombre es literalmente lo que piensa, siendo su carácter la suma completa de todos sus pensamientos.

Así como la planta brota de la semilla, y no podría existir sin ella, así todo acto del hombre brota de las semillas ocultas del pensamiento, y no habría podido aparecer sin ellas. Esto se aplica tanto a los actos llamados «espontáneos» e «impremeditados» como a aquellos ejecutados deliberadamente.

El acto es la flor del pensamiento, y el gozo y el sufrimiento son sus frutos; así recoge el hombre el dulce y amargo fruto de su propia labranza.

«El pensamiento en la mente nos ha hecho lo que somos;
por pensamiento fue forjado y edificado. Si la mente de un hombre
alberga malos pensamientos, el dolor cae sobre él
como la rueda detrás del buey…»

«…Mas si uno persevera
en pureza de pensamiento, la alegría le sigue
como su propia sombra: cierta».

El hombre es un crecimiento por Ley, no una creación por artificio; y la causa y efecto es tan absoluta e invariable en el reino oculto del pensamiento como en el mundo de las cosas visibles y materiales. Un carácter noble y divino no es cuestión de favor o azar, sino el resultado natural del esfuerzo continuo en pensar rectamente, el efecto de una larga convivencia con pensamientos divinos. Un carácter innoble y bestial, por el mismo proceso, resulta de albergar continuamente pensamientos rastreros.

El hombre se hace o se deshace a sí mismo; en la armería del pensamiento forja las armas con que se destruye, y asimismo fabrica las herramientas con que se edifica mansiones celestiales de gozo, fuerza y paz. Por la recta elección y la verdadera aplicación del pensamiento, el hombre asciende a la Perfección Divina; por el abuso y la aplicación errónea del pensamiento, desciende por debajo del nivel de la bestia. Entre estos dos extremos están todos los grados del carácter, y el hombre es su hacedor y maestro.

De todas las hermosas verdades que atañen al alma y que han sido restauradas y sacadas a la luz en esta época, ninguna hay más gozosa ni más fecunda en promesa divina y confianza que esta: que el hombre es el señor del pensamiento, el modelador del carácter, y el hacedor y conformador de su estado, su entorno y su destino.

Como ser de Poder, Inteligencia y Amor, y señor de sus propios pensamientos, el hombre tiene la llave de toda situación y contiene en sí mismo ese agente transformador y regenerador por el cual puede hacerse aquello que quiere.

El hombre es siempre el maestro, aun en su estado más débil y abandonado; pero en su debilidad y degradación es el maestro necio que desgobierna su «casa». Cuando comienza a reflexionar sobre su condición y a buscar diligentemente la Ley sobre la cual se funda su ser, entonces se convierte en el maestro sabio, dirigiendo sus energías con inteligencia y dando forma a sus pensamientos hacia resultados fecundos. Tal es el maestro consciente; y el hombre solo puede llegar a serlo descubriendo dentro de sí las leyes del pensamiento; descubrimiento que es enteramente cuestión de aplicación, autoanálisis y experiencia.

Solo mediante mucha búsqueda y excavación se obtienen el oro y los diamantes; y el hombre puede encontrar toda verdad relacionada con su ser si cava profundamente en la mina de su alma; y que él es el hacedor de su carácter, el modelador de su vida y el constructor de su destino puede probarlo infaliblemente si vigila, controla y altera sus pensamientos, rastreando sus efectos sobre sí mismo, sobre los demás, y sobre su vida y circunstancias, enlazando causa y efecto mediante la práctica paciente y la investigación, y utilizando cada experiencia, incluso la más trivial y cotidiana, como medio para obtener ese conocimiento de sí mismo que es Entendimiento, Sabiduría, Poder. En esta dirección, como en ninguna otra, la ley es absoluta: «El que busca, halla; y al que llama, se le abrirá»; pues solo con paciencia, práctica e importunidad incesante puede el hombre entrar por la Puerta del Templo del Conocimiento.

EFECTO DEL PENSAMIENTO SOBRE LAS CIRCUNSTANCIAS

La mente del hombre puede compararse con un jardín, que puede cultivarse inteligentemente o dejarse crecer en estado salvaje; pero, cultivado o descuidado, debe y habrá de dar fruto. Si no se siembran en él semillas útiles, caerá en su suelo abundancia de semillas de maleza, y seguirán produciendo según su especie.

Así como un jardinero cultiva su parcela, manteniéndola libre de malas hierbas y haciendo crecer las flores y frutos que desea, así puede el hombre atender el jardín de su mente, arrancando todo pensamiento errado, inútil e impuro, y cultivando hacia la perfección las flores y frutos de los pensamientos rectos, útiles y puros. Siguiendo este proceso, tarde o temprano descubre que es el maestro-jardinero de su alma, el director de su vida. También revela, dentro de sí, las leyes del pensamiento y entiende, con creciente precisión, cómo las fuerzas del pensamiento y los elementos de la mente operan en la conformación de su carácter, sus circunstancias y su destino.

Pensamiento y carácter son uno; y como el carácter solo puede manifestarse y descubrirse por medio del entorno y la circunstancia, las condiciones exteriores de la vida de una persona se hallarán siempre en armoniosa relación con su estado interior. Esto no significa que las circunstancias de un hombre en un momento dado indiquen su carácter entero, sino que tales circunstancias están tan íntimamente conectadas con algún elemento vital de pensamiento dentro de sí que, por el momento, resultan indispensables para su desarrollo.

Todo hombre está donde está por la ley de su ser; los pensamientos que ha edificado en su carácter lo han traído allí, y en la disposición de su vida no hay elemento de azar: todo es resultado de una ley que no yerra. Esto es tan cierto de quienes se sienten «en desacuerdo» con su entorno como de quienes se hallan contentos con él.

Como ser progresivo y en evolución, el hombre está donde está para aprender, para crecer; y a medida que aprende la lección espiritual que cualquier circunstancia contiene para él, esta pasa y cede su lugar a otras.

El hombre es zarandeado por las circunstancias mientras se cree criatura de las condiciones externas; pero cuando comprende que es un poder creador, y que puede dominar el suelo oculto y las semillas de su ser de donde brotan las circunstancias, entonces se convierte en el legítimo señor de sí mismo.

Que las circunstancias brotan del pensamiento lo sabe todo hombre que por algún tiempo haya practicado el autocontrol y la autopurificación; habrá notado que el cambio de sus circunstancias ha sido en exacta proporción a su condición mental cambiada. Tanto es así, que cuando un hombre se aplica de veras a remediar los defectos de su carácter y progresa con rapidez y de modo señalado, atraviesa velozmente una sucesión de vicisitudes.

El alma atrae aquello que secretamente alberga; aquello que ama y también aquello que teme; alcanza la altura de sus aspiraciones queridas; cae al nivel de sus deseos indisciplinados; y las circunstancias son los medios por los cuales el alma recibe lo que es suyo.

Toda semilla de pensamiento sembrada, o dejada caer, en la mente y que echa raíces allí, produce lo suyo, floreciendo tarde o temprano en acto y dando su propio fruto de oportunidad y circunstancia. Buenos pensamientos dan buen fruto; malos pensamientos, mal fruto.

El mundo exterior de la circunstancia se conforma al mundo interior del pensamiento; y tanto las condiciones externas agradables como las desagradables son factores que concurren al bien último del individuo. Como segador de su propia cosecha, el hombre aprende tanto por el sufrimiento como por la dicha.

Siguiendo los deseos, aspiraciones y pensamientos más íntimos, por los que se deja dominar (corriendo tras los fuegos fatuos de imaginaciones impuras o caminando firmemente por la gran vía del esfuerzo alto y fuerte), el hombre llega al fin a su fruto y cumplimiento en las condiciones exteriores de su vida. Por doquiera rigen las leyes del crecimiento y del ajuste.

Un hombre no llega al hospicio ni a la cárcel por tiranía del destino o de la circunstancia, sino por la senda de pensamientos rastreros y deseos viles. Tampoco cae de repente en el crimen un hombre de mente pura por presión de una fuerza meramente externa: el pensamiento criminal se había fomentado secretamente en el corazón durante largo tiempo, y la hora de la oportunidad reveló su poder acumulado. La circunstancia no hace al hombre; lo revela a sí mismo. No pueden existir condiciones tales como descender al vicio y sus sufrimientos asociados sin inclinaciones viciosas, ni ascender a la virtud y su dicha pura sin el cultivo continuado de aspiraciones virtuosas; y por tanto, el hombre, como señor y maestro del pensamiento, es el hacedor de sí mismo, el modelador y autor del ambiente. Aun en el nacimiento el alma viene a lo suyo, y a través de cada paso de su peregrinaje terrenal atrae esas combinaciones de condiciones que la revelan, que son el reflejo de su propia pureza e impureza, de su fuerza y su debilidad.

Los hombres no atraen lo que quieren, sino lo que son. Sus caprichos, fantasías y ambiciones se ven frustrados a cada paso; pero sus pensamientos y deseos más íntimos son alimentados con su propio alimento, sea inmundo o limpio. La «divinidad que da forma a nuestros fines» está en nosotros; es nuestro propio ser. Solo él mismo encadena al hombre: el pensamiento y la acción son los carceleros del Destino: encarcelan, siendo viles; son también los ángeles de la Libertad: liberan, siendo nobles. No lo que un hombre desea y por lo que ora obtiene, sino aquello que justamente merece. Sus deseos y oraciones solo son satisfechos y respondidos cuando armonizan con sus pensamientos y acciones.

A la luz de esta verdad, ¿qué significa «luchar contra las circunstancias»? Significa que un hombre se rebela continuamente contra un efecto exterior, mientras todo el tiempo alimenta y preserva su causa en su corazón. Esa causa puede tomar la forma de un vicio consciente o de una debilidad inconsciente; pero sea lo que fuere, frena pertinazmente los esfuerzos de su poseedor, y clama, por tanto, por remedio.

Los hombres se afanan por mejorar sus circunstancias, pero no quieren mejorarse a sí mismos; por eso permanecen atados. El hombre que no rehúye la autocru­cifixión nunca dejará de alcanzar el objeto que su corazón se ha propuesto. Esto es tan verdadero para las cosas terrenales como para las celestiales. Aun el hombre cuyo único fin es adquirir riqueza debe estar dispuesto a hacer grandes sacrificios personales antes de lograrlo; ¡cuánto más aquel que desea realizar una vida fuerte y equilibrada!

He aquí un hombre miserablemente pobre. Está sumamente ansioso de que su entorno y las comodidades de su hogar mejoren; sin embargo, todo el tiempo rehuye su trabajo y se considera justificado al intentar engañar a su empleador con el argumento de la insuficiencia de su salario. Tal hombre no comprende los rudimentos más simples de los principios que son la base de la verdadera prosperidad, y no solo es totalmente incapaz de salir de su miseria, sino que en realidad atrae hacia sí una miseria más honda al vivir y actuar pensamientos indolentes, engañosos y poco varoniles.

He aquí un rico que es víctima de una enfermedad dolorosa y persistente como resultado de la glotonería. Está dispuesto a dar grandes sumas de dinero para librarse de ella, pero no sacrificará sus deseos glotones. Quiere gratificar su gusto por manjares ricos y antinaturales y, a la vez, tener salud. Tal hombre es del todo indigno de la salud, porque aún no ha aprendido los primeros principios de una vida sana.

He aquí un empleador que adopta medidas torcidas para evitar pagar el salario reglamentario y, con la esperanza de obtener mayores ganancias, reduce los jornales de sus trabajadores. Tal hombre no está en modo alguno dispuesto para la prosperidad; y cuando se halla en bancarrota, tanto en reputación como en riquezas, culpa a las circunstancias, sin saber que él es el único autor de su condición.

He introducido estos tres casos solo como ilustración de la verdad de que el hombre es el causante (aunque casi siempre inconsciente) de sus circunstancias; y de que, mientras apunta a un buen fin, frustra continuamente su cumplimiento fomentando pensamientos y deseos que de ningún modo pueden armonizar con ese fin. Casos así podrían multiplicarse y variarse casi indefinidamente; pero no es necesario, pues el lector puede, si así lo resuelve, rastrear la acción de las leyes del pensamiento en su propia mente y vida; y hasta que esto se haga, los hechos meramente externos no pueden servir como base de razonamiento.

Las circunstancias, sin embargo, son tan complejas; el pensamiento está tan profundamente arraigado; y las condiciones de la felicidad varían tanto de un individuo a otro, que el estado anímico total de un hombre (aunque él mismo pueda conocerlo) no puede ser juzgado por otro a partir del solo aspecto externo de su vida. Un hombre puede ser honesto en ciertos ámbitos y, no obstante, sufrir privaciones; otro puede ser deshonesto en ciertos ámbitos y, sin embargo, adquirir riqueza; pero la conclusión común de que el primero fracasa a causa de su particular honestidad, y el segundo prospera por su particular deshonestidad, es resultado de un juicio superficial que presupone que el deshonesto es casi totalmente corrupto, y el honesto casi enteramente virtuoso. A la luz de un conocimiento más hondo y de una experiencia más amplia, tal juicio se revela erróneo. El deshonesto puede tener virtudes admirables que el otro no posee; y el honesto, vicios odiosos que están ausentes en el otro. El honesto recoge los buenos frutos de sus pensamientos y actos honestos; también atrae sobre sí los sufrimientos que producen sus vicios. El deshonesto igualmente cosecha su propio sufrimiento y su propia felicidad.

Es grato a la vanidad humana creer que uno sufre por su virtud; pero no hasta que un hombre haya extirpado todo pensamiento enfermizo, agrio e impuro de su mente y lavado toda mancha pecaminosa de su alma, podrá estar en posición de saber y declarar que sus sufrimientos son resultado de sus buenas, y no de sus malas cualidades. Y en el camino hacia esa perfección suprema—mucho antes de alcanzarla—habrá descubierto, obrando en su mente y vida, la Gran Ley que es absolutamente justa y que, por tanto, no puede dar bien por mal ni mal por bien. Poseedor de tal conocimiento, sabrá entonces, mirando atrás a su pasada ignorancia y ceguera, que su vida está, y siempre estuvo, ordenada con justicia, y que todas sus experiencias pasadas, buenas y malas, fueron el desenvolvimiento equitativo de su yo en evolución, aún no evolucionado del todo.

Los buenos pensamientos y acciones nunca pueden producir malos resultados; los malos pensamientos y acciones nunca pueden producir buenos resultados. Esto equivale a decir que de maíz no puede brotar sino maíz, y de ortigas sino ortigas. Los hombres entienden esta ley en el mundo natural y trabajan con ella; pocos la entienden en el mundo mental y moral (aunque su operación aquí es igual de simple e invariable), y por tanto no cooperan con ella.

El sufrimiento es siempre el efecto del pensamiento errado en alguna dirección. Indica que el individuo está en desarmonía consigo mismo, con la Ley de su ser. El uso único y supremo del sufrimiento es purificar: quemar todo lo inútil e impuro. El sufrimiento cesa para quien es puro. No habría objeto en seguir quemando el oro una vez retiradas las escorias; y un ser perfectamente puro e iluminado no podría sufrir.

Las circunstancias que un hombre encuentra con sufrimiento son el resultado de su propia desarmonía mental. Las circunstancias que encuentra con bienaventuranza son el resultado de su propia armonía mental. La bienaventuranza, no las posesiones materiales, es la medida del pensamiento recto; la desdicha, no la falta de posesiones materiales, es la medida del pensamiento errado. Un hombre puede ser maldito y rico; puede ser bendito y pobre. La bienaventuranza y las riquezas solo se hallan juntas cuando las riquezas se usan recta y sabiamente; y el pobre solo desciende a la miseria cuando considera su suerte como una carga impuesta injustamente.

La indigencia y la indulgencia son los dos extremos de la desdicha. Ambos son igualmente antinaturales y resultado del desorden mental. El hombre no está bien dispuesto hasta que es un ser feliz, sano y próspero; y la felicidad, la salud y la prosperidad son el resultado de un ajuste armonioso de lo interior con lo exterior, del hombre con su entorno.

El hombre solo empieza a ser hombre cuando deja de quejarse y maldecir y comienza a buscar la justicia oculta que regula su vida. Y a medida que ajusta su mente a ese factor regulador, deja de acusar a otros como causa de su condición y se edifica en pensamientos fuertes y nobles; deja de patear contra las circunstancias y comienza a usarlas como ayudas para su progreso más rápido, y como medio de descubrir los poderes y posibilidades ocultos dentro de sí.

La ley, no la confusión, es el principio dominante en el universo; la justicia, no la injusticia, es el alma y sustancia de la vida; y la rectitud, no la corrupción, es la fuerza modeladora y motriz en el gobierno espiritual del mundo. Siendo así, al hombre le basta corregirse a sí mismo para descubrir que el universo está en orden; y durante el proceso de enderezarse, hallará que conforme altera sus pensamientos hacia las cosas y las personas, las cosas y las personas se alterarán hacia él.

La prueba de esta verdad está en cada persona; por ello admite fácil verificación mediante la introspección y el autoanálisis sistemáticos. Que un hombre altere radicalmente sus pensamientos, y se asombrará de la rápida transformación que producirá en las condiciones materiales de su vida. Los hombres imaginan que el pensamiento puede guardarse en secreto, pero no es así: se cristaliza con rapidez en hábito, y el hábito se solidifica en circunstancia. Pensamientos bestiales se cristalizan en hábitos de embriaguez y sensualidad, que se solidifican en circunstancias de indigencia y enfermedad; pensamientos impuros de toda clase se cristalizan en hábitos debilitantes y confusos, que se solidifican en circunstancias perturbadoras y adversas; pensamientos de miedo, duda e indecisión se cristalizan en hábitos débiles, poco varoniles e irresolutos, que se solidifican en circunstancias de fracaso, pobreza y servil dependencia; pensamientos perezosos se cristalizan en hábitos de suciedad y deshonestidad, que se solidifican en circunstancias de inmundicia y mendicidad; pensamientos odiosos y condenatorios se cristalizan en hábitos de acusación y violencia, que se solidifican en circunstancias de daño y persecución; pensamientos egoístas de toda clase se cristalizan en hábitos de auto-búsqueda, que se solidifican en circunstancias más o menos aflictivas. Por otra parte, pensamientos hermosos de toda clase se cristalizan en hábitos de gracia y amabilidad, que se solidifican en circunstancias cordiales y luminosas; pensamientos puros se cristalizan en hábitos de templanza y autocontrol, que se solidifican en circunstancias de reposo y paz; pensamientos de valentía, confianza en sí y decisión se cristalizan en hábitos varoniles, que se solidifican en circunstancias de éxito, abundancia y libertad; pensamientos enérgicos se cristalizan en hábitos de limpieza e industria, que se solidifican en circunstancias de agrado; pensamientos suaves y perdonadores se cristalizan en hábitos de mansedumbre, que se solidifican en circunstancias protectoras y preservadoras; pensamientos amorosos y desinteresados se cristalizan en hábitos de olvido de sí por los otros, que se solidifican en circunstancias de prosperidad segura y perdurable y de verdadera riqueza.

Una determinada cadena de pensamiento, persistida, sea buena o mala, no puede menos que producir sus resultados en el carácter y en las circunstancias. El hombre no puede elegir directamente sus circunstancias; pero puede elegir sus pensamientos, y así, indirecta pero ciertamente, dar forma a sus circunstancias.

La Naturaleza ayuda a todo hombre a la satisfacción de los pensamientos que más fomenta; y se le presentan oportunidades que más rápidamente sacarán a la superficie tanto los pensamientos buenos como los malos.

Que el hombre cese de sus pensamientos pecaminosos, y todo el mundo se ablandará hacia él y estará pronto a ayudarle; que aparte sus pensamientos débiles y enfermizos, y, he aquí, surgirán por doquier oportunidades que apoyen sus firmes resoluciones; que fomente buenos pensamientos, y ningún duro destino le atará a la miseria y la vergüenza. El mundo es tu caleidoscopio, y las cambiantes combinaciones de colores que a cada instante te presenta son las imágenes primorosamente ajustadas de tus siempre móviles pensamientos.

«Sé lo que quieres ser;
deja que el fracaso halle su falso contento
en esa pobre palabra: “ambiente”;
el espíritu la desdeña, y es libre.»

«Domina el tiempo, conquista el espacio;
amansa al jactancioso tahúr, la Suerte,
y manda al tirano, la Circunstancia,
descoronarse y ocupar lugar de siervo.»

«La Voluntad humana, esa fuerza invisible,
prole de un Alma imperecedera,
abre camino hacia cualquier meta,
aunque se alcen muros de granito.»

«No te impacientes en las demoras;
aguarda como quien comprende:
cuando el espíritu se alza y ordena,
los dioses están listos para obedecer.»

EFECTO DEL PENSAMIENTO SOBRE LA SALUD Y EL CUERPO

El cuerpo es el siervo de la mente. Obedece las operaciones de la mente, sean deliberadamente elegidas o automáticamente expresadas. A la orden de pensamientos ilícitos, el cuerpo cae con rapidez en enfermedad y decadencia; al mandato de pensamientos alegres y hermosos, se reviste de lozanía y belleza.

La enfermedad y la salud, como las circunstancias, están enraizadas en el pensamiento. Pensamientos enfermizos se expresarán a través de un cuerpo enfermizo. Se sabe de pensamientos de miedo que han matado a un hombre tan raudamente como una bala, y están matando continuamente a miles de personas con igual certeza aunque menos celeridad. Las personas que viven temiendo la enfermedad son las que la contraen. La ansiedad desmoraliza con rapidez todo el cuerpo y lo deja abierto a la entrada de la enfermedad; mientras que los pensamientos impuros, aun si no se ejecutan físicamente, pronto hacen añicos el sistema nervioso.

Pensamientos fuertes, puros y felices edifican el cuerpo en vigor y gracia. El cuerpo es un instrumento delicado y dúctil que responde con prontitud a los pensamientos que lo impresionan; y los hábitos de pensamiento producirán sobre él sus propios efectos, buenos o malos.

Los hombres seguirán teniendo sangre impura y envenenada mientras propaguen pensamientos inmundos. De un corazón limpio brotan una vida limpia y un cuerpo limpio. De una mente mancillada procede una vida mancillada y un cuerpo corrompido. El pensamiento es la fuente de la acción, de la vida y de la manifestación: haz pura la fuente, y todo será puro.

El cambio de dieta no ayudará a un hombre que no esté dispuesto a cambiar sus pensamientos. Cuando un hombre hace puros sus pensamientos, deja de desear alimentos impuros.

Los pensamientos limpios engendran hábitos limpios. El llamado santo que no lava su cuerpo no es un santo. Quien ha fortalecido y purificado sus pensamientos no necesita preocuparse por el microbio malévolo.

Si quieres proteger tu cuerpo, guarda tu mente. Si quieres renovar tu cuerpo, embellece tu mente. Los pensamientos de malicia, envidia, desengaño y abatimiento roban al cuerpo su salud y su gracia. Un gesto avinagrado no aparece por azar: lo trazan pensamientos avinagrados. Las arrugas que afean las dibujan la necedad, la pasión y el orgullo.

Conozco a una mujer de noventa y seis años que tiene el rostro luminoso e inocente de una joven. Conozco a un hombre, no aún de mediana edad, cuyo rostro está contraído en contornos disonantes. El uno es resultado de un temple dulce y soleado; el otro, fruto de la pasión y el descontento.

Así como no puedes tener una morada dulce y sana sin dejar entrar libremente el aire y la luz del sol en tus habitaciones, así un cuerpo fuerte y un semblante claro, alegre o sereno solo pueden resultar de la libre admisión en la mente de pensamientos de gozo, buena voluntad y serenidad.

En los rostros de los ancianos hay arrugas hechas por la simpatía, otras por el pensamiento fuerte y puro, y otras talladas por la pasión: ¿quién no puede distinguirlas? En quienes han vivido rectamente, la vejez es calma, pacífica y suavemente dorada, como el sol poniente. Hace poco vi a un filósofo en su lecho de muerte. No era viejo sino en años. Murió tan dulcemente y en paz como había vivido.

No hay médico como el pensamiento alegre para disipar los males del cuerpo; no hay consuelo comparable a la buena voluntad para dispersar las sombras del dolor y la pena. Vivir continuamente en pensamientos de mala voluntad, cinismo, sospecha y envidia es quedar encerrado en una mazmorra hecha por uno mismo. Pero pensar bien de todos, ser jovial con todos, aprender con paciencia a hallar el bien en todos: tales pensamientos desinteresados son los mismos portales del cielo; y morar día a día en pensamientos de paz hacia toda criatura traerá paz abundante a su poseedor.

PENSAMIENTO Y PROPÓSITO

Mientras el pensamiento no esté vinculado al propósito, no hay logro inteligente. Para la mayoría, la barca del pensamiento se deja «a la deriva» en el océano de la vida. La falta de propósito es un vicio, y tal deriva no debe continuar para quien quiera esquivar la catástrofe y la destrucción.

Quienes no tienen un propósito central en su vida caen presa fácil de pequeñas preocupaciones, miedos, problemas y autocompasiones, todos ellos indicios de debilidad que conducen, tan ciertamente como los pecados deliberadamente planeados (aunque por senda distinta), al fracaso, a la infelicidad y a la pérdida; porque la debilidad no puede persistir en un universo en el que evoluciona el poder.

El hombre debe concebir en su corazón un propósito legítimo y disponerse a cumplirlo. Debe hacer de ese propósito el punto de concentración de sus pensamientos. Puede tomar la forma de un ideal espiritual o de un objetivo mundano, según su naturaleza en el momento; pero sea cual sea, debe enfocar sin desviación las fuerzas de su pensamiento en el objeto que se ha propuesto. Debe hacer de ese propósito su deber supremo y consagrarse a su logro, sin permitir que sus pensamientos vaguen hacia fantasías efímeras, anhelos y ensoñaciones. Este es el camino real hacia el autocontrol y la verdadera concentración del pensamiento. Aun si fracasa una y otra vez en el cumplimiento de su propósito (como necesariamente ocurrirá mientras no venza la debilidad), la fortaleza de carácter adquirida será la medida de su verdadero éxito, y esto formará un nuevo punto de partida para poder y triunfo futuros.

Quienes no estén preparados para la aprehensión de un gran propósito deberían fijar sus pensamientos en la ejecución intachable de su deber, por insignificante que su tarea parezca. Solo así pueden recogerse y enfocarse los pensamientos, y desarrollarse la resolución y la energía; hecho esto, nada habrá que no pueda lograrse.

El alma más débil, conociendo su propia debilidad y creyendo en esta verdad—que la fuerza solo se desarrolla por el esfuerzo y la práctica—, así creyendo, comenzará de inmediato a esforzarse y, sumando esfuerzo a esfuerzo, paciencia a paciencia y fuerza a fuerza, no cesará de desarrollarse, y al fin llegará a ser divinamente fuerte.

Así como el hombre físicamente débil puede hacerse fuerte mediante un entrenamiento cuidadoso y paciente, así el hombre de pensamientos débiles puede fortalecerlos ejercitándose en el pensar recto.

Abandonar la falta de propósito y la debilidad y comenzar a pensar con propósito es ingresar en las filas de los fuertes, que solo reconocen el fracaso como uno de los caminos hacia el logro; que hacen que todas las condiciones les sirvan; que piensan con fuerza, intentan sin miedo y realizan con maestría.

Habiendo concebido su propósito, el hombre debe trazar mentalmente un camino recto hacia su consecución, sin mirar ni a derecha ni a izquierda. Las dudas y los miedos deben ser excluidos con rigor: son elementos desintegradores que quiebran la línea recta del esfuerzo, volviéndola torcida, ineficaz, inútil. Los pensamientos de duda y de miedo jamás lograron cosa alguna, ni podrán lograrla. Siempre conducen al fracaso. El propósito, la energía, el poder de hacer y todo pensamiento fuerte cesan cuando se deslizan la duda y el miedo.

La voluntad de hacer brota del conocimiento de que podemos hacer. La duda y el miedo son los grandes enemigos del conocimiento, y quien los fomenta, quien no los aniquila, se frustra a cada paso.

Quien ha vencido la duda y el miedo ha vencido el fracaso. Cada uno de sus pensamientos se alía con el poder, y todas las dificultades son afrontadas con valentía y superadas con sabiduría. Sus propósitos se plantan a su tiempo, y florecen y dan fruto que no cae prematuramente al suelo.

El pensamiento aliado sin temor al propósito se torna fuerza creadora: quien conoce esto está listo para convertirse en algo más alto y más fuerte que un simple haz de pensamientos vacilantes y sensaciones fluctuantes; quien hace esto se ha vuelto el manejador consciente e inteligente de sus poderes mentales.

EL FACTOR DEL PENSAMIENTO EN EL LOGRO

Todo lo que un hombre consigue y todo lo que deja de conseguir es resultado directo de sus propios pensamientos. En un universo ordenado con justicia, donde la pérdida del equilibrio equivaldría a la destrucción total, la responsabilidad individual debe ser absoluta. La debilidad y la fuerza de un hombre, su pureza e impureza, son suyas y no de otro; son producidas por él mismo y no por otro; y solo pueden ser alteradas por él mismo, nunca por otro. Su condición también es suya y no de otro. Su sufrimiento y su felicidad surgen desde dentro. Como piensa, así es; como continúa pensando, así permanece.

Un hombre fuerte no puede ayudar a uno débil a menos que ese débil esté dispuesto a ser ayudado; y aun entonces, el débil debe hacerse fuerte por sí mismo; debe, por sus propios esfuerzos, desarrollar la fuerza que admira en otro. Nadie salvo él mismo puede alterar su condición.

Ha sido habitual que los hombres piensen y digan: «Muchos hombres son esclavos porque uno es opresor; odiemos al opresor». Ahora, sin embargo, empieza a darse entre unos pocos en aumento la tendencia a invertir este juicio y decir: «Un hombre es opresor porque muchos son esclavos; despreciemos a los esclavos».

La verdad es que opresor y esclavo cooperan en la ignorancia y, mientras parecen afligirse mutuamente, en realidad se afligen a sí mismos. Un Conocimiento perfecto percibe la acción de la ley tanto en la debilidad del oprimido como en el poder mal aplicado del opresor; un Amor perfecto, viendo el sufrimiento que ambos estados entrañan, no condena a ninguno; una Compasión perfecta abarca a opresor y oprimido.

Quien ha vencido la debilidad y ha apartado todo pensamiento egoísta no pertenece ni al opresor ni al oprimido. Es libre.

El hombre solo puede elevarse, vencer y conseguir elevando sus pensamientos. Solo puede permanecer débil, abyecto y mísero negándose a elevar sus pensamientos.

Antes de que un hombre pueda conseguir cualquier cosa, aun en lo terreno, debe alzar sus pensamientos por encima de la indulgencia animal servil. Para triunfar no necesita, en modo alguno, renunciar a toda animalidad y egoísmo; pero una parte, al menos, debe ser sacrificada. Un hombre cuyo primer pensamiento sea la indulgencia bestial no podría pensar con claridad ni planear metódicamente; no podría encontrar ni desarrollar sus recursos latentes, y fracasaría en cualquier empresa. No habiendo comenzado a dominar virilmente sus pensamientos, no está en posición de dominar los asuntos ni de asumir responsabilidades serias. No está apto para actuar de modo independiente y sostenerse por sí mismo. Pero solo le limitan los pensamientos que elige.

No hay progreso ni logro sin sacrificio; y el éxito mundano de un hombre será en la medida en que sacrifique sus pensamientos animales confusos y fije su mente en el desarrollo de sus planes, y en el fortalecimiento de su resolución y su confianza en sí. Y cuanto más eleve sus pensamientos—cuanto más varonil, recto y justo se torne—, tanto mayor será su éxito y más benditos y perdurables sus logros.

El universo no favorece al codicioso, al deshonesto, al vicioso, aunque en la mera superficie a veces pueda parecer que así es; auxilia al honesto, al magnánimo, al virtuoso. Todos los grandes Maestros de las edades lo han declarado en formas diversas; y para probarlo y saberlo, al hombre no le basta sino perseverar en hacerse cada vez más virtuoso elevando sus pensamientos.

Los logros intelectuales son el fruto del pensamiento consagrado a la búsqueda del conocimiento o de lo bello y verdadero en la vida y la naturaleza. Tales logros pueden a veces ir unidos a vanidad y ambición, pero no proceden de esos rasgos: son el crecimiento natural de un esfuerzo largo y arduo y de pensamientos puros y desinteresados.

Los logros espirituales son la consumación de aspiraciones santas. Quien vive constantemente en la concepción de pensamientos nobles y elevados, quien medita en todo lo puro y desinteresado, llegará—tan seguro como el sol alcanza su cenit y la luna su plenitud—a ser sabio y noble de carácter, y ascenderá a una posición de influencia y bienaventuranza.

El logro, sea del tipo que sea, es la corona del esfuerzo, el diadema del pensamiento. Con ayuda del autocontrol, la resolución, la pureza, la rectitud y el pensamiento bien dirigido, el hombre asciende; con ayuda de la animalidad, la indolencia, la impureza, la corrupción y la confusión del pensamiento, el hombre desciende.

Un hombre puede elevarse al gran éxito en el mundo, e incluso a alturas excelsas en el ámbito espiritual, y otra vez descender a la debilidad y la miseria si permite que pensamientos arrogantes, egoístas y corruptos se apoderen de él.

Las victorias alcanzadas por el pensamiento recto solo pueden mantenerse con vigilancia. Muchos ceden cuando el éxito está asegurado, y caen con rapidez de nuevo en el fracaso.

Todos los logros—en el mundo de los negocios, en el intelectual o en el espiritual—son el resultado del pensamiento dirigido con precisión, regidos por la misma ley y del mismo método; la única diferencia reside en el objeto del logro.

Quien quiere conseguir poco debe sacrificar poco; quien quiere conseguir mucho debe sacrificar mucho; quien quiere alcanzar lo más alto debe sacrificar grandemente.

VISIONES E IDEALES

Los soñadores son los salvadores del mundo. Así como el mundo visible se sostiene en lo invisible, así los hombres, en medio de sus pruebas, sus faltas y sus oficios mezquinos, se alimentan de las hermosas visiones de sus soñadores solitarios. La humanidad no puede olvidar a sus soñadores; no puede dejar que sus ideales palidezcan y mueran; vive en ellos; los conoce como realidades que un día verá y conocerá.

Compositor, escultor, pintor, poeta, profeta, sabio: estos son los hacedores del mundo por venir, los arquitectos del cielo. El mundo es bello porque ellos han vivido; sin ellos, la humanidad laboriosa perecería.

Quien alimenta en su corazón una visión hermosa, un ideal elevado, un día lo realizará. Colón alimentó la visión de otro mundo y lo descubrió; Copérnico fomentó la visión de una multiplicidad de mundos y un universo más vasto, y lo reveló; Buda contempló la visión de un mundo espiritual de belleza sin mancilla y perfecta paz, y entró en él.

Custodia tus visiones; custodia tus ideales; guarda la música que agita tu corazón, la belleza que se forma en tu mente, la hermosura que reviste tus pensamientos más puros; porque de ellos brotarán todas las condiciones deleitosas, todo entorno celestial; de ellos, si te mantienes fiel, se edificará al fin tu mundo.

Desear es obtener; aspirar es lograr. ¿Recibirán los deseos más bajos del hombre la medida más cumplida de satisfacción, y sus aspiraciones más puras habrán de morir de hambre? Tal no es la Ley; tal condición no puede darse: «pedid y recibiréis».

Sueña sueños sublimes, y conforme sueñes, así llegarás a ser. Tu Visión es la promesa de lo que un día serás; tu Ideal es la profecía de lo que al fin desvelarás.

El logro más grande fue, al principio y por un tiempo, un sueño. La encina duerme en la bellota; el ave aguarda en el huevo; y en la visión más alta del alma, un ángel despierto se agita. Los sueños son las semillas de las realidades.

Tus circunstancias pueden ser poco propicias; pero no permanecerán así mucho tiempo si percibes un Ideal y te esfuerzas por alcanzarlo. No puedes viajar por dentro y quedarte inmóvil por fuera. He aquí a un joven acosado por la pobreza y el trabajo; largas horas confinado en un taller malsano; sin escuela y falto de todas las artes del refinamiento. Pero sueña cosas mejores; piensa en la inteligencia, en el refinamiento, en la gracia y la belleza. Concibe, edifica mentalmente, una condición ideal de vida; la visión de una libertad más amplia y un ámbito mayor se apodera de él; la inquietud lo impele a la acción, y utiliza todo su tiempo y medios libres, por pequeños que sean, para desarrollar sus poderes y recursos latentes. Muy pronto, tanto ha cambiado su mente que el taller ya no puede retenerlo. Ha llegado a ser tan disonante con su mentalidad, que cae de su vida como se arroja un vestido, y, con el crecimiento de oportunidades que se ajustan al alcance de sus poderes en expansión, sale de él para siempre. Años después vemos a este joven ya hombre hecho. Lo encontramos señor de ciertas fuerzas de la mente, que maneja con influencia mundial y poder casi sin igual. En sus manos sostiene las cuerdas de responsabilidades gigantescas; habla, y, he aquí, vidas cambian; hombres y mujeres penden de sus palabras y remodelan sus caracteres; y, como el sol, deviene el centro fijo y luminoso alrededor del cual giran innumerables destinos. Ha realizado la Visión de su juventud. Se ha hecho uno con su Ideal.

Y tú también, joven lector, realizarás la Visión (no el deseo ocioso) de tu corazón, sea baja o bella, o mezcla de ambas; porque siempre gravitarás hacia aquello que, en secreto, más amas. En tus manos se pondrán los resultados exactos de tus propios pensamientos; recibirás lo que ganes; ni más, ni menos. Sean cuales sean tus circunstancias presentes, caerás, permanecerás o te alzarás con tus pensamientos, tu Visión, tu Ideal. Te volverás tan pequeño como tu deseo dominante; tan grande como tu aspiración suprema. En las hermosas palabras de Stanton Kirkham Davis: «Quizá estás llevando cuentas, y de pronto saldrás por la puerta que tanto tiempo te pareció la barrera de tus ideales, y te hallarás ante un auditorio—la pluma aún tras la oreja, las manchas de tinta en los dedos—y allí mismo derramarás el torrente de tu inspiración. Quizá estás arreando ovejas, y vagarás hasta la ciudad—bucólico y boquiabierto—; vagarás, bajo la guía intrépida del espíritu, al estudio del maestro, y, pasado un tiempo, él dirá: “Nada más tengo que enseñarte”. Y ahora tú eres el maestro, tú que tan recientemente soñabas cosas grandes mientras arreabas ovejas. Dejarás la sierra y el cepillo, para asumir sobre ti la regeneración del mundo».

Los desprevenidos, los ignorantes y los indolentes, que ven solo los efectos aparentes de las cosas y no las cosas mismas, hablan de suerte, de fortuna y de azar. Ven a un hombre enriquecerse y dicen: «¡Qué suerte tiene!» Observan a otro volverse intelectual y exclaman: «¡Qué favorecido es!» Y notando el carácter santo y la amplia influencia de otro, comentan: «¡Cómo le ayuda la casualidad a cada paso!» No ven las pruebas, los fracasos y las luchas que estos hombres han afrontado voluntariamente para ganar su experiencia; no conocen los sacrificios que han hecho, los esfuerzos indomables que han desplegado, la fe que han ejercido para vencer lo aparentemente insalvable y realizar la Visión de su corazón. No saben de la oscuridad y de los dolores del corazón; solo ven la luz y el gozo, y lo llaman «suerte». No ven el largo y arduo viaje, sino solo la meta placentera, y lo llaman «buena fortuna»; no entienden el proceso, sino solo perciben el resultado, y lo llaman azar.

En todos los asuntos humanos hay esfuerzos y hay resultados, y la fuerza del esfuerzo es la medida del resultado. El azar no existe. Dones, poderes, posesiones materiales, intelectuales y espirituales son frutos del esfuerzo: son pensamientos completados, objetivos cumplidos, visiones realizadas.

La Visión que glorificas en tu mente, el Ideal que entronizas en tu corazón: por esto edificarás tu vida; esto llegarás a ser.

SERENIDAD

La calma de la mente es una de las hermosas joyas de la sabiduría. Es el resultado de un largo y paciente esfuerzo de autocontrol. Su presencia indica experiencia madura y un conocimiento poco común de las leyes y operaciones del pensamiento.

El hombre se vuelve sereno en la medida en que se entiende a sí mismo como un ser evolucionado por el pensamiento; pues tal conocimiento exige comprender a los demás como resultado del pensamiento y, a medida que desarrolla una recta comprensión y ve con mayor claridad las relaciones internas de las cosas por la acción de la causa y el efecto, deja de agitarse, de refunfuñar, de preocuparse y de afligirse, y permanece aplomado, firme, sereno.

El hombre sereno, habiendo aprendido a gobernarse, sabe adaptarse a los demás; y estos, a su vez, reverencian su fortaleza espiritual y sienten que pueden aprender de él y confiar en él. Cuanto más apacible se vuelve un hombre, mayor es su éxito, su influencia y su poder para el bien. Aun el comerciante común verá prosperar su negocio a medida que desarrolle mayor autocontrol y ecuanimidad, pues la gente siempre preferirá tratar con quien muestra un porte firmemente ecuánime.

El hombre fuerte y sereno es siempre amado y reverenciado. Es como un árbol que da sombra en tierra sedienta, o como una roca protectora en la tormenta. «¿Quién no ama un corazón tranquilo, una vida de temperamento dulce y equilibrado? No importa que llueva o haga sol, ni qué cambios sobrevengan a quienes poseen tales bendiciones; siempre son dulces, serenos y calmos. Ese exquisito aplomo de carácter que llamamos serenidad es la última lección de la cultura, la fructificación del alma. Es tan preciosa como la sabiduría, más deseable que el oro—sí, que el oro fino. ¡Cuán insignificante se muestra la sola búsqueda del dinero en comparación con una vida serena—una vida que mora en el océano de la Verdad, debajo de las olas, más allá del alcance de las tempestades, en la Calma Eterna!»

«¡Cuánta gente conocemos que agrian su vida, que arruinan todo lo dulce y hermoso con arrebatos explosivos, que destruyen su aplomo de carácter y “hacen mala sangre”! Cabe preguntarse si la gran mayoría no echa a perder su vida y malogra su dicha por falta de autocontrol. ¡Qué pocos encontramos que estén bien equilibrados, que tengan ese exquisito aplomo, característico del carácter formado!»

Sí: la humanidad hierve de pasiones descontroladas, se agita con pesares indómitos, es arrastrada por la ansiedad y la duda. Solo el sabio—solo aquel cuyos pensamientos están controlados y purificados—hace que los vientos y las tormentas del alma le obedezcan.

Almas azotadas por la tempestad, dondequiera que estéis, bajo cualesquiera condiciones que viváis, sabed esto: en el océano de la vida sonríen las islas de la Bienaventuranza, y la ribera soleada de vuestro ideal aguarda vuestra llegada. Mantened firme la mano sobre el timón del pensamiento. En la barca de vuestra alma reposa el Maestro que manda; solo duerme: despertadle. El autocontrol es fuerza; el Pensamiento Recto es maestría; la Calma es poder. Decid en vuestro corazón: «Paz, cálmate».


EPÍLOGO

Has llegado a la última página de Como piensa el hombre. Gracias por haber ofrecido tu atención, tu silencio y tu corazón a este pequeño libro. Al leer con apertura, ya has probado la ley que proclama: el pensamiento es creativo, y tú eres el hacedor de ti mismo.

No dejes que estas verdades permanezcan solo en la página. Observa tus pensamientos; dirígelos con suavidad y firmeza; y contempla cómo la vida misma responde. Este libro está hecho no solo para ser leído, sino para ser vivido.

Y cuando sus palabras hayan echado raíz en ti, hazlas correr. Comparte este libro con otra alma que esté lista para recordar su propio poder. Así, la visión de James Allen continúa expandiéndose en el tiempo—de mente a mente, de corazón a corazón.

Que tus pensamientos sean claros, tu propósito firme y serenos tus días.